LOS INCAS CELEBRABAN EN NOVIEMBRE EL AYA MARCAY QUILLA, EL CULTO A LOS MUERTOS
Aya Marcay Quilla podría traducirse como “mes de llevar alzados a los difuntos”. En la escritura normalizada del quechua se escribe Ayamarq’ay killa y se traduce directamente como “mes de noviembre”.
En la Nueva Crónica y Buen Gobierno, Guamán Poma explica que en el calendario que regía las tierras dominadas por los Incas, noviembre correspondía al mes de los difuntos. Esta temporada, que de acuerdo con el ciclo agrícola marcaba el inicio del conjunto ceremonial del año, pues la siembra había finalizado y la tierra estaba preparada para hacer la cosecha, se la denominó Aya Marcay Quilla. El Aya (difunto, en quechua) se convirtió por tanto en el punto sobre el que giraría la actividad cotidiana del incario y al cual se le dedicó una serie de ritos que Guamán Poma los describe de este modo: “En este mes sacan los difuntos de sus bóvedas que llaman pucullo, y le dan de comer y beber, y le visten de sus vestidos ricos, y le ponen plumas en la cabeza, y cantan y danzan con ellos, y le ponen en sus andas y andan con ellas en casa en casa y por las calles y por la plaza, y después tornan a meterlos en sus pucullos dándole sus comidas y vajilla, al principal de plata y oro, y al pobre de barro; y les dan sus carneros y ropa y los entierran con ellas y gastan en esta fiesta muy mucho.”
(...) El Aya Marcay Quilla, época en que las almas retornaban, no podía ser un día de lamentaciones sino, al contrario, un día de júbilo, pues los muertos se tomaban la molestia de volver (en largo viaje) a un mundo que ya no les pertenecía y asegurarse de que entre su gente todavía esté intacta su memoria (...). Es ese largo viaje que les espera lo que les impulsa a que los vivos sientan la profunda necesidad de hacerles más corto el camino.
Quizás por ese sentido de la reciprocidad tan presente en la cultura andina se agradece la visita desplegando un suculento banquete y proveyendo al caminante de los víveres indispensables. El muerto, sin lugar a dudas, compensará de alguna manera a los vivos. (En Cochabamba, región quechua de Bolivia) por lo general la mesa está preparada con una foto del difunto a la cual se le encienden velas. Dependiendo de la situación económica de las familias, varía la cantidad de comida que se ofrece aunque son casi infaltables la fruta seca y las masas dulces.
Destaca entre ellas la tradicional T’anta Wawa (literamente se puede traducir como niño -o hijo- de pan), un pan antropomorfo. También pueden verse dulces en forma de animalitos o escaleras de pan (que José A. Yañez intuye como elemento relativamente nuevo, pues el significado que se le otorga es que se trata de una escalera para que el difunto suba rápido al cielo, concepción que viene del pensamiento cristiano).
Otros elementos infaltables son las hojas de coca y el alcohol que son fundamentales en la vida cotidiana del campesino, especialmente la coca por sus características rituales. En algunos casos, suelen también estar presentes instrumentos musicales como las tarkas y el bombo. Una vez listos estos elementos, las familias se acomodan al pie de la mesa y durante toda la noche reciben visitas que los acompañarán en sus rezos, en sus pláticas y -por supuesto- en la comida y la bebida.
En la lógica andina, los difuntos y los dioses estaban provistos de características y debilidades humanas. Podían sentir hambre y sed, sabían odiar y amar. En el caso de la fiesta de los difuntos, la interacción con las almas se realizaba a partir de un acto en que se les pedía que intercedan sobre la naturaleza para que su actividad agrícola fuera fructífera permitiéndoles seguir viviendo; a cambio ellos les rendían honores ofreciéndoles comida y bebida, sacándoles de sus tumbas para vestirlos de gala, bailar y cantar en un clima festivo, entre el alcohol y la risa. El muerto vivía en otra esfera de la totalidad, al otro lado del mundo de los vivos, en la otra mitad de una circunferencia.
La llegada de los conquistadores (implicó) el rompimiento de la circularidad. El pensamiento cristiano se mostró intolerante y rechazó las prácticas que no encajaban dentro de su verdad, suponiendo que “su” verdad era “la” verdad incontestable.
Con el paso de los años, empero, la fiesta de los difuntos se ha convertido en un ejemplo importante de mestizaje cultural en el cual interactúan simultáneamente la asimilación y la resistencia.
Hemos visto que la concepción andina del alma no se ha alterado, los difuntos retornan a la tierra cada noviembre y se les brinda honores para pedirles intercedan a favor de los vivos. La idea de su pertenencia a otro lado del mundo, no a otro distinto, se ha fusionado con las concepciones occidentales del cielo y la tierra. El Ukhu Pacha (el mundo de los muertos) ha adquirido la noción de “cielo”, del paraíso cristiano. Aun así, sigue presente la idea del retorno y de un alma capaz de sentir hambre y sed.”
(Fuente: Revista Amara, Fragmentos del libro “Cuando las Almas se van Marchando”, de Xavier Jordán Arandía, 2004)
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