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Después de todo, los dos habíamos decidido amar. Los dos éramos domadores jugando a ser leones. Y a veces, leones fingiendo ser domados.
"Y qué sabía yo de ella, para quererme jugar la única vida
que tenía de esta manera. Porque, seamos sinceros, nosotros le habíamos
puesto muchas caras al amor canjeando besos por momentos. De qué otra
manera uno aprende de la vida y la muerte si no es amando. Enamorarme de
ella era una locura, y no lo digo porque amar sea cosa de locos, o
porque ella estuviera loca, eso se sobreentiende. Lo digo porque
cualquier hombre con un poco de calle y otro poco de instinto, hubiera
entendido que de ella no se salía con vida. Es bien sabido que entre el
león y el domador se forma un vínculo, un poco de cariño y hasta quizás
amor; pero para dejar ser al domador domador y ser domado, el león tiene
que querer ser un poco menos león. Y hasta cuándo duraría ese convenio
tácito, ese entendimiento sin fecha de caducidad, sino hasta que el león
de un solo mordisco recuerde su naturaleza. Y en las noticias el mundo
sorprendido cerraría los ojos negando la realidad: que el domador era
solo un hombre, y que el león simplemente volvió a ser león. Pero bueno,
aunque el final sea el mismo, volvamos a ella. Siempre he sido curioso,
siempre me ha dado placer solucionar algo, arreglarlo, curarlo,
salvarlo. Alguna vez me dijeron que tengo complejo de Supermán, y
también en esa misma sesión, que nadie puede salvar a nadie,
especialmente de ellos mismos. Y yo, qué hacía metiendo la cabeza en la
boca del león y besándolo del lado de adentro, regocijándome en el hecho
de que, a pesar de todo, finalmente ella había vuelto a querer, y que
cada vez que me perdonaba la vida, era una prueba más de que me quería.
Porque hay que decirlo, ella me quería. Sí, de eso estaba seguro casi
todos los días. El problema era que aunque el león hubiera aprendido a
querer, nunca dejaría de ser león. Y ese cierto peligro con el que uno
convive, con el que uno danza y se enamora, nos recuerda que, la vida
bien vivida, siempre vale más que el triste precio de no haberla vivido.
Después de todo, los dos habíamos decidido amar. Los dos éramos
domadores jugando a ser leones. Y a veces, leones fingiendo ser domados."
—Lucas Hugo Guerra
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