EL DILEMA DEL ERIZO: Herirse o morir de frío. (Arthur Schopenhauer.

“¿Debería suicidarme o prepararme una taza de café?”
–Albert Camus

El amor no intenta encontrar el frío ni el calor, tampoco la salvación o el abandono, sino lo más burocrático y miserable que podemos obtener. El amor busca lo más soportable. A partir de esa idea el pensador alemán Arthur Schopenhauer dedicó parte de su obra a analizar la frágil madeja con la que los seres humanos tejemos nuestras relaciones. De acuerdo con sus teorías sobre la naturaleza incompleta e imperfecta del hombre, el amor se empeña en soportar la proximidad letal por miedo a la distancia irreversible. En otras palabras y según el filósofo, las relaciones afectivas entre seres humanos deambulan alrededor de una parábola decepcionante, cruda y real conocida como “El dilema del erizo”.

A partir del famoso y tan analizado dilema que en 1851 Schopenhauer planteó en su obra “Parerga und Paralipomena”, la concepción que se tenía del amor y las relaciones de pareja se transformó en una cruel necesidad de la que ninguno podemos escapar. Para el autor de esta disyuntiva, en cuanto más cercana es la relación entre dos seres, la posibilidades de hacerse daño también es mayor. En cambio, mientras mayor distancia exista entre ellos, las probabilidades de lastimarse son menos, pero el riesgo de sufrir las inclemencias de una sociedad que no acepta la soledad también es mayor.

Los vínculos humanos pretenden dotarnos de estabilidad, pero irónicamente alcanzar la distancia óptima que nos une a otros parece imposible. Mientras amamos estamos dispuestos a soportar las heridas que el otro nos causa, preferimos morir lentamente en manos de la tortura afectiva que tolerar el frío de la separación. A esa obsesión por encontrar la felicidad al lado de alguien más se le conoce como “El dilema del erizo”, mismo que nos explica por qué las parejas permanecen juntas aunque sólo se hagan daño.

“En un día muy helado un par de erizos que se encuentran cerca sienten la necesidad de acercarse para darse calor y no morir congelados”.
Así comienza la parábola de Schopenhauer, la cual se refiere al momento que muchos describen como el “flechazo” del amor. Conocemos a alguien, nos parece perfecto, nos llena de emoción y nos obsesionamos con estar cerca de esa persona. El enamoramiento se vuelve la respuesta a todas nuestras preguntas, la solución a todos nuestros problemas. En los encuentros con este ser encontramos el mayor consuelo, su calor nos salva de no morir congelados en aislamiento y así inicia la locura de este vínculo masoquista.

“(…)Cuando los erizos se aproximan demasiado, sienten el dolor que les causan las púas del otro y eso los impulsa a alejarse de nuevo”.

El vaivén de una relación amorosa está descrito en esta parte de la parábola. Amamos y odiamos al mismo tiempo, el romance nos eleva al paraíso y las decepciones nos arrastran al infierno. Ninguna relación de pareja es perfecta, por lo que esta parte de la historia es irremediable. A pesar del amor que nos una a otro ser humano, nuestra naturaleza ególatra e insegura nos dirige a una espiral de inestabilidad en el que la distancia entre nosotros siempre es inconsistente y sobre todo dolorosa.

“(…)El hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, entonces ambos se ven en el dilema de elegir entre herirse con la cercanía de sus púas o morir congelados.

Las púas de los erizos son todas esas palabras, actos y actitudes con las que nuestra pareja suele lastimarnos y viceversa. Nuestra piel no sangra, pero nuestra alma sí; en el intento de rescatar lo que nos queda permitimos que el otro continúe hiriéndonos con sus espinas. Así es como el amor deja de ser calor, ternura, paciencia y comprensión, para convertirse en una sola cosa: algo soportable.

“(…)Para soportar el dolor ambos erizos se acomodan hasta encontrar la distancia en la que ninguno se hace demasiado daño, pero en la que tampoco mueren de frío”.

Éste es el momento en el que la resignación abunda entre la pareja y nosotros, además del pavor que le tenemos a la soledad, la costumbre, inseguridad y los juicios sociales nos motivan a encontrar la distancia más soportable. Aún teniendo la capacidad de elegir si permanecemos juntos o no, la mayoría de la parejas preferimos hacerlo. Nos escondemos detrás de una larga lista de pretextos que evidentemente no nos matarán de frío, pues preferimos vivir espinados que soportar la distancia.

Mantener una distancia prudencial no significa entablar relaciones superficiales o compromisos falsos. No somos animales, no hibernamos ni necesitamos sobrevivir a condiciones salvajes, no obstante nos comportamos como erizos que prefieren permanecer juntos y soportar el dolor para no morir congelados. Todos tenemos la capacidad de velar por nuestro propio bienestar, no existe nadie mejor para salvarnos de la infelicidad que nosotros mismos. “El dilema del erizo” es el resultado de la presión social que continúa rechazando los compromisos libres, pero también es parte de una despreocupación por alimentar lo que nos ayudaría a sentirnos más fuertes y capaces de existir sin una pareja.

La razón por la que las parejas permanecen juntas aunque sólo se hagan daño, es porque creen más soportable el dolor que se causan juntos que el separarse. “El dilema del erizo” vive en las parejas en las que el miedo reemplazó al amor, no importa cuanto se hieran, para ellos todo es mejor que quedarse solos.

Fuente: Cultura Colectiva.


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